Uno de los edificios finalistas en los recientes premios europeos Mies van der Rohe fue el estadio municipal de Braga, una pieza significativa en la carrera de Eduardo Souto de Moura por su escala y su imagen insólita, e igualmente un emblema del Portugal que acogió el Campeonato Europeo de Fútbol en 2004. Pero había otra obra portuguesa entre las seleccionadas para el premio, el Centro de Arte de la Casa das Mudas en Calheta, Madeira, que resultó una sorpresa. Construido como un baluarte pétreo al borde de un acantilado, este conjunto museístico ofrece unos interiores modelados por la luz y abiertos puntualmente al horizonte costero, que se prolongan en un recorrido exterior de patios y terrazas ajardinadas para la exposición de esculturas y la contemplación de la naturaleza. Su autor es Paulo David, un arquitecto que se formó en Lisboa y volvió a su Madeira natal para fundar un estudio propio. Esta y otras realizaciones suyas invitan a prestar atención a lo que acontece en las islas, actualmente uno de los escenarios cambiantes de la arquitectura portuguesa con proyectos como la biblioteca y los anfiteatros de la Universidad de las Azores en Punta Delgada, diseñados por el Atelier Santos e Inês Lobo y Pedro Domingos, respectivamente, o las casas de Pedro Maurício Borges en San Vicente, Azores, y João Favila Menezes en Funchal, Madeira.
Precisamente la coexistencia de las fuentes de encargo pública y privada contribuye a equilibrar el paisaje construido, facilitando el camino a los profesionales más jóvenes. Porque junto a los clientes institucionales aparece un cliente privado que es capaz no sólo de distinguir la arquitectura de calidad, sino de demandarla. En este resquicio del cliente particular discurre por ejemplo buena parte de la trayectoria de José Paulo dos Santos, formado en la Architectural Association londinense y una de cuyas obras últimas es la casa João en Antes, donde el presupuesto parecía eximir al arquitecto de ofrecer una solución elaborada. Aunque la pequeña construcción no parece a primera vista ser diferente de sus vecinas, alberga bajo la cubierta a dos aguas que se prolonga al efecto un espacio intermedio, en parte cobertizo y en parte zaguán, a partir del cual el momento de entrada al hogar se transforma en rito. Por su parte, las casas de Nuno Brandão Costa en Afife, de Paulo Gouveia en Sintra, de Luis Tavares Pereira y Guiomar Rosa en Louro o de João Pedro Serôdio e Isabel Furtado en Crescido, Vouzela, tampoco pretenden establecer una relación problemática con su entorno: la fragmentación del programa, la evocación irónica de una imagen vernácula, la exposición franca de la estructura y la precisión del trabajo de marquetería que complementa la piedra hablan de la pluralidad de voces de la arquitectura portuguesa.
Junto a esta imagen doméstica e íntima se dibuja con perfiles nítidos un mapa de Portugal punteado de realizaciones relacionadas con su esfuerzo de modernización e incorporación plena a Europa. A Francisco y Manuel Aires Mateus se les conoce como "los Mateus derechos", mientras que Nuno y José Mateus, que estudiaron en Estados Unidos y trabajaron con Peter Eisenman, son "los Mateus torcidos". Si los primeros han llevado a cabo con un lenguaje abstracto pero fácilmente comprensible y atrayente edificios universitarios publicados y premiados, que les han otorgado visibilidad internacional y encargos como el acceso a la autopista en São Bartolomeu de Messines, los segundos han ido enderezando su biografía construida con proyectos como el del Museo Marítimo de Ílhavo o el Centro Regional de Sangre de Oporto, que manifiestan un tránsito cuidadosamente medido desde la devoción desmembrada a la coherencia programática. João Luís Carrilho da Graça, equivalente generacional en Lisboa de la talla siempre creciente de Eduardo Souto de Moura, ha encontrado su propio camino de delicada depuración formal en proyectos como los del puente peatonal de San Pedro o el edificio de control de tráfico en Carcavelos. Y a figuras veteranas como Gonçalo Byrne y el Atelier 15 de Alexandre Alves Costa y Sergio Fernández les corresponde emplear su talento y experiencia en la recuperación de núcleos históricos como los de Alcobaça e Idanha-a-Velha.
En la nómina de proyectos con memoria se encuentra el Museo de la Aldea de la Luz, de Pedro Pacheco y Marie Clément, con el que se mantiene vivo el recuerdo de un pueblo sumergido bajo un pantano; en la de intervenciones con ambición territorial, la de Manuel Salgado y su estudio Risco a las afueras de Oporto, donde se levanta el nuevo estadio del Dragón; y en la de colaboraciones con artistas plásticos, la remodelación de un centro comercial en Oeiras a cargo del estudio lisboeta Promontório. Personajes con un lenguaje propio son João Mendes Ribeiro, arquitecto y escenógrafo que recupera con la misma sensibilidad el Colegio de Artes de Coimbra como centro de creación visual que un viejo pajar de Cortegaça como vivienda; o Cristina Guedes y Francisco Vieira de Campos, autores de pabellones prefabricados y modulares, exquisitamente implantados a orillas del Duero.
Colaborador asiduo en prensa y radio, y director hasta 2004 del Jornal Arquitectos, Manuel Graça Dias encarna bien a ese Portugal que pide la palabra. Autor junto a Egas José Vieira de proyectos excesivos como el pabellón portugués en la Expo 92, termina ahora en Almada un teatro azul, locuaz y coreográfico, como su bloque de viviendas en Guimarães. Cuando Portugal era ese territorio que Kenneth Frampton definió como lacónico, un reducto de observancia moderna y respeto por las tradiciones propias, Graça Dias cultivaba la disidencia expresiva posmoderna; y puede hoy recoger los frutos de aquella discrepancia. Portugal ya no está hoy arquitectónicamente dividida entre la lírica de la Escuela de Oporto y la pragmática de los arquitectos de Lisboa. Y la floración de otros lenguajes se constata en las realizaciones de jóvenes como Cristina Veríssimo y Diogo Burnay, Bernardo Rodrigues, Flávio Barbini y Maria João Silva, Telmo Cruz, Pedro Soares y Maximina Almeida, o Pedro Bandeira, Paulo Monteiro y Miguel Figueira.
La llegada al país de edificios extranjeros no altera en Portugal la coexistencia feliz de distintos puntos de vista. Si el holandés Rem Koolhaas ha dejado en Oporto una espectacular Casa da Música, no lo será menos el trío de teatros que Frank Gehry proyecta construir en Lisboa; mientras, Siza y Souto de Moura diseñan una instalación temporal para la Serpentine Gallery en Londres. Huérfana de un maestro conciliador, tras la muerte de Fernando Távora el pasado septiembre, la comunidad de arquitectos portugueses mira hacia el futuro en paz con su pasado: pronto veremos terminado, tal y como se proyectó a principios de la década de 1970 por Siza, el conjunto residencial de Bouça en Oporto, unas viviendas asociadas al programa SAAL (Serviço de Apoio Ambulatório Local) surgido tras la Revolución de los Claveles y del que sólo se construyó una parte. Y pronto también leeremos un artículo que extraiga conclusiones de esta experiencia-homenaje. Portugal no grita, pero tampoco se calla; ni con las palabras ni con las obras."
© Diario El País S.L.
NOTA: O texto vem comentado com imagens do Centro das Artes da Casa das Mudas na Calheta, Madeira; projecto de Paulo David e da Casa João em Antes de José Paulo dos Santos